lunes, 7 de octubre de 2013

Laura (PARTE I)

Cogió entre sus manos lo que parecía el utensilio con el que habían forzado la puerta, un barrote de hierro con el borde afilado...
Estaba aterrorizada. 
La respiración se entrecortaba y cada vez le resultaba más complicado avanzar hacia el salón  por culpa del tembleque de sus piernas.
Estaba todo patas arriba, tirado por el suelo, roto.

El sueño de la independencia le había durado poco.
12 días exactamente.
Nadie creía que finalmente apostaría de verdad por cumplirlo, por salir del pueblo.
Pero no tenía miedo a nuevas aventuras.
A nuevas experiencias lejos de vecinos y cabras.

Ahora todo parecía desvanecerse... no, se había desvanecido.

"¿HOLA? ¿HAY ALGUIEN? ¡TENGO UN ARMA!"
¿En serio Laura? (Dijo para sus adentros) Si te contestan ahora, te desmayas campeona...
“SE QUE ESTAS AQUÍ, ¡¡NO TE ESCONDAS!!”
            Mejor dicho, no salgas, por tu madre…

Ni un solo ruido. Nada.
Parecía que la persona que había desvalijado la casa había encontrado lo que buscaba…
¿Pero qué era?

“Hijos puta… y ¿ahora que se supone que tengo que hacer? ¿Llamar a papá llorando?... Mira como está esto…”

Era un estudio chiquitito en el centro de Madrid. No llegaría a los 40 m2. Pero era su “bombonera” Su templo. Lo que había conseguido por sí misma.

“Vale, vale… Espera un momento… ¿Qué coño significa esto? No se llevan la tele, ¿pero me cogen el colgante de mi madre?”

No era un colgante que tuviera nada especial, más allá del significado emocional. Su madre se lo regaló antes de morir.
“Cuando tengas miedo, cuando te sientas sola, cuando creas que nada tiene sentido, apriétalo fuerte y piensa en mí. Te daré la mano y encontraremos el camino, cariño”

Llevaba 7 años aferrada a ese colgante. No se lo quitó desde que su madre falleció. Y justo el día que tiene que dejarlo en casa por la audición para el Ballet Nacional, esa audición en la que no se puede llevar ningún tipo de colgantes ni nada semejante. Era un día muy importante y le encantaría haberlo llevado encima, pero el miedo a poder perderlo entre tanta gente, tanto movimiento y tanto nervio, hizo que lo guardara en el joyero.

“Lo había dejado aquí… sé que lo había puesto aquí”

Empezó a revolverlo todo, más aún… quizás al tirar las cosas, al ladrón se le cayese al suelo…

“¡¡NO ME LO PUEDO CREER!! ¿DÓNDE COÑO ESTÁ?”

Después de una hora recapitulando las cosas que se habían llevado, la lista era ridícula: el colgante y una foto de Laura sobre las rodillas de su madre.
Cogió el teléfono.

“Ana… Bien tía… Oye, ¿te puedes venir a pasar el fin de semana conmigo? Te necesito…”

Eran amigas desde que tenían conciencia. Siempre habían estado cerca la una de la otra, en lo bueno y en lo malo… ambas tenían un símbolo de “infinito” en el dedo meñique por un juramento que hicieron de pequeñas “para siempre, te quiero infinito” Eran más hermanas que muchas hermanas de sangre.

Al colgar, tuvo la sensación de alivio que sólo Ana conseguía provocarle.
Respiró.

“Venga, vamos allá… dónde se mete Mary Poppins cuando se la necesita”

Comenzó a recoger con fuerza. Dos de sus mayores virtudes eran la calma y la positividad que de tantos malos momentos la habían sacado.
Su cabeza no paraba de dar vueltas…

“¿Por qué el colgante? ¿Qué tipo de persona se arriesga a entrar en una casa a robar un colgante que no vale nada?”

De pronto un escalofrío le recorrió el cuerpo.

“¿Y si ha sido Juan?”

Juan era el conserje del estudio de danza. 48 años, 1,90 de estatura, cuerpo corpulento, barriga desarrollada y una mirada lasciva que todo el mundo odiaba. Cada vez que lo veía, Juan saludaba sacando la lengua hacia la comisura. Pensaría que era erótico, pero era lo más vomitivo del día.

“Juan me preguntó antes de ayer por el colgante y le conté la historia… Naaaaa… no puede ser. Lo que parece claro es que tiene que ser alguien que me conoce y me quiere asustar, dándome donde duele…”

Estuvo 3 horas recogiendo todo. Y pensando en las 340.000 posibilidades que se le habían venido a la cabeza. De pronto, el timbre.

“¡Dios! Que susto… ¡¡VOY!!”

Aún no conocía a nadie en la Ciudad más que a la gente del conservatorio de danza, y a ellos no les había dado su dirección.
Se asomó a la mirilla de la puerta.

“¿SI?”
“¡Hola vecina! Estoy oyendo ruidos muy fuertes  y me preguntaba si estas bien”

¡¡Dios mío!! ¿Quién era aquel tío? La dejó sin aire… ¡¡Estaba tremendo!! Pero espera… Acababan de robar en su casa… No hay una norma que diga que los ladrones no pueden ser guapos ¿no? ¿Y si era él? ¿Y si era su asaltante? Claramente no podía abrir la puerta…

Pero ¿y si no lo era? ¿Cómo quedaría con aquel chaval que a parte de estar tremendo, se había interesado por ella?

“Ehhh… ¡Si! Eh… todo bien, siento los golpes, es que con esto de la mudanza… uffff… jeje… pero ya paro, disculpa”

Ojalá sea el ladrón, porque estoy quedando como una subnormal…

“¡Vale! ¡Me alegro de que vaya todo bien misteriosa vecina! Bienvenida, por cierto”

Y se fue.

“¡Gracias!”
Mierda Laura, ¡tarde!

Se asomó a la mirilla para ver cuál era el piso al que iba. Justo a la derecha de la puerta de enfrente.

Bien vecino… te tengo fichado.

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