Cogió entre sus manos lo que parecía el utensilio con el
que habían forzado la puerta, un barrote de hierro con el borde afilado...
Estaba aterrorizada.
La respiración se entrecortaba y cada vez le resultaba más
complicado avanzar hacia el salón por culpa del tembleque de sus piernas.
Estaba todo patas arriba, tirado por el suelo, roto.
El sueño de la independencia le había durado poco.
12 días exactamente.
Nadie creía que finalmente apostaría de verdad por
cumplirlo, por salir del pueblo.
Pero no tenía miedo a nuevas aventuras.
A nuevas experiencias lejos de vecinos y cabras.
Ahora todo parecía desvanecerse... no, se había
desvanecido.
"¿HOLA? ¿HAY ALGUIEN? ¡TENGO UN ARMA!"
¿En serio Laura? (Dijo para sus adentros) Si
te contestan ahora, te desmayas campeona...
“SE QUE ESTAS AQUÍ, ¡¡NO TE
ESCONDAS!!”
Mejor
dicho, no salgas, por tu madre…
Ni un solo ruido. Nada.
Parecía que la persona que había
desvalijado la casa había encontrado lo que buscaba…
¿Pero qué era?
“Hijos puta… y ¿ahora que se
supone que tengo que hacer? ¿Llamar a papá llorando?... Mira como está esto…”
Era un estudio chiquitito en el
centro de Madrid. No llegaría a los 40 m2 . Pero era su “bombonera” Su templo. Lo
que había conseguido por sí misma.
“Vale, vale… Espera un momento…
¿Qué coño significa esto? No se llevan la tele, ¿pero me cogen el colgante de
mi madre?”
No era un colgante que tuviera
nada especial, más allá del significado emocional. Su madre se lo regaló antes
de morir.
“Cuando tengas miedo, cuando te sientas sola, cuando creas
que nada tiene sentido, apriétalo fuerte y piensa en mí. Te daré la mano y
encontraremos el camino, cariño”
Llevaba 7 años aferrada a ese
colgante. No se lo quitó desde que su madre falleció. Y justo el día que tiene
que dejarlo en casa por la audición para el Ballet Nacional, esa audición en la
que no se puede llevar ningún tipo de colgantes ni nada semejante. Era un día
muy importante y le encantaría haberlo llevado encima, pero el miedo a poder
perderlo entre tanta gente, tanto movimiento y tanto nervio, hizo que lo
guardara en el joyero.
“Lo había dejado aquí… sé que lo
había puesto aquí”
Empezó a revolverlo todo, más
aún… quizás al tirar las cosas, al ladrón se le cayese al suelo…
“¡¡NO ME LO PUEDO CREER!! ¿DÓNDE
COÑO ESTÁ?”
Después de una hora
recapitulando las cosas que se habían llevado, la lista era ridícula: el
colgante y una foto de Laura sobre las rodillas de su madre.
Cogió el teléfono.
“Ana… Bien tía… Oye, ¿te puedes
venir a pasar el fin de semana conmigo? Te necesito…”
Eran amigas desde que tenían
conciencia. Siempre habían estado cerca la una de la otra, en lo bueno y en lo
malo… ambas tenían un símbolo de “infinito” en el dedo meñique por un juramento
que hicieron de pequeñas “para siempre, te quiero infinito” Eran más hermanas que
muchas hermanas de sangre.
Al colgar, tuvo la sensación de
alivio que sólo Ana conseguía provocarle.
Respiró.
“Venga, vamos allá… dónde se
mete Mary Poppins cuando se la necesita”
Comenzó a recoger con fuerza.
Dos de sus mayores virtudes eran la calma y la positividad que de tantos malos
momentos la habían sacado.
Su cabeza no paraba de dar
vueltas…
“¿Por qué el colgante? ¿Qué tipo
de persona se arriesga a entrar en una casa a robar un colgante que no vale
nada?”
De pronto un escalofrío le recorrió
el cuerpo.
“¿Y si ha sido Juan?”
Juan era el conserje del estudio
de danza. 48 años, 1,90 de estatura, cuerpo corpulento, barriga desarrollada y
una mirada lasciva que todo el mundo odiaba. Cada vez que lo veía, Juan
saludaba sacando la lengua hacia la comisura. Pensaría que era erótico, pero
era lo más vomitivo del día.
“Juan me preguntó antes de ayer
por el colgante y le conté la historia… Naaaaa… no puede ser. Lo que parece
claro es que tiene que ser alguien que me conoce y me quiere asustar, dándome
donde duele…”
Estuvo 3 horas recogiendo todo.
Y pensando en las 340.000 posibilidades que se le habían venido a la cabeza. De
pronto, el timbre.
“¡Dios! Que susto… ¡¡VOY!!”
Aún no conocía a nadie en la Ciudad más que a la gente
del conservatorio de danza, y a ellos no les había dado su dirección.
Se asomó a la mirilla de la
puerta.
“¿SI?”
“¡Hola vecina! Estoy oyendo
ruidos muy fuertes y me preguntaba si
estas bien”
¡¡Dios mío!! ¿Quién era aquel tío?
La dejó sin aire… ¡¡Estaba tremendo!! Pero espera… Acababan de robar en su
casa… No hay una norma que diga que los ladrones no pueden ser guapos ¿no? ¿Y
si era él? ¿Y si era su asaltante? Claramente no podía abrir la puerta…
Pero ¿y si no lo era? ¿Cómo
quedaría con aquel chaval que a parte de estar tremendo, se había interesado
por ella?
“Ehhh… ¡Si! Eh… todo bien,
siento los golpes, es que con esto de la mudanza… uffff… jeje… pero ya paro,
disculpa”
Ojalá sea el ladrón, porque estoy quedando como una
subnormal…
“¡Vale! ¡Me alegro de que vaya
todo bien misteriosa vecina! Bienvenida, por cierto”
Y se fue.
“¡Gracias!”
Mierda Laura, ¡tarde!
Se asomó a la mirilla para ver
cuál era el piso al que iba. Justo a la derecha de la puerta de enfrente.
Bien vecino… te tengo fichado.
Me encantó Lara! Esperando la segunda parte ;)
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