martes, 15 de octubre de 2013

LAURA (PARTE IV)

Anda que… a ti ya te vale ¿eh? ¿Dónde estabas?”
“Lo siento gorda… Me ha pasado algo bastante raro, la verdad”
“¿me lo puedes contar comiendo? Tengo el estómago que no para de hacer “gru-gru”

Llegaron a un japo que está cerca de la plaza de Santa Ana.
Laura la puso al día de su extraña mañana y se centró sobre todo en aquella anciana que se había ganado su curiosidad y cariño en tan poco tiempo.

“Siempre has sido demasiado sensible tía…”
“Que no Ana, tenías que haberla visto… tiene algo, en serio”
“¿Arrugas?”
“De verdad que no se te puede contar nada en serio, ¡todo te lo tomas a coña!”
“no te enfades… es que siempre te pasan cosas de estas y siempre acabas metiéndote en unos fregaos emocionales que “pa´que”

Estaban por el primer plato, cuando dos chavales llegaron a su mesa de cuatro personas.

“¡Hola! Disculpad chicas, ¿os importa que compartamos mesa? Es la única posibilidad que nos dan, todo está lleno”
“¡Claro chulazo! Sentaros a nuestra vera…”

Ana tenía una facilidad de tratar al género masculino que no era ni medio normal. La verdad que en ese sentido Laura era más tímida.

“Gracias…”

La verdad que el chaval no estaba nada mal y a Ana le había faltado tiempo para darse cuenta. Alto, ojos verdes, buena planta… no, no estaba nada mal. ¿Su amigo? Ni se fijaron en él. Del montón. Saludó con un tímido “Que hay” y se sentó sin mediar palabra al lado de Laura.

Ana hizo ese gesto habitual en ella de abrir mucho los ojos y sacar morritos… Ese que siempre hace cuando algo o alguien le gusta y no puede decirlo.

“Bueno, pues lo que te decía, María tiene ángel…”
“Si, claro que si… Oye moreno, y ¿Solís venir mucho por aquí?”
“La verdad es que no, hemos acabado aquí de casualidad…”
“¡¡como nosotras!! Mira que es sabio el destino…”

Ya está. Ya no existía nadie más en la mesa. Se pusieron a hablar entre los dos, dejando de lado a Laura y el chavalin tímido.

“Pues se ha quedado buena tarde ¿eh?”
“Si… ¿siempre te hace lo mismo?”
“Siempre. ¿A ti?”
“Si. Y la verdad que siempre acabamos igual. Me enfado con él, me pide perdón, me asegura que no volverá a pasar y siempre pasa igual”
“Si, jejeje, se bien lo que me dices. ¿No te pasa que cuando salís por la noche le da igual cómo sea la chica, que se pone a tontear con ella?”
“¡Si! Que yo pienso “mira que estoy desesperado, pero vamos, ni con un palo…”
“jejejejejeje”

Se generó de repente una complicidad entre los dos brutal.
Tanto, que hasta Ana y su nuevo ligue de ojos verdes dejaron de hablar entre ellos, intentando entender porqué aquellos dos se reían tanto.

“Bueno qué tortolitos… ¿por qué tanta risa?”
“Nada Ana, nada ¿has terminado? tengo que seguir con la ruta…”
“Si, si. Vamos. Bueno Jose, lo dicho, nos decimos algo esta semana. Guárdate el número bien ¿eh?”

“¿Espero que no te parezca inoportuna la pregunta Laura, pero qué ruta estas haciendo?”
“Tranqui Juanma. Estoy buscando curro. Necesito un trabajo a media jornada que me suponga un respiro para llegar a fin de mes”
“¿Estas de coña? ¡¡Es la leche!! Estoy buscando recepcionista en mi clínica de fisioterapia por las tardes. Sería  de 4 a 9”
“¿Qué? Jejeje, hay Juanma, qué curioso el destino a veces… ¿y cuándo dices que empiezo?”
“¡Mañana mismo! Pásate como a las 3 y así te explico todo con calma, aunque es muy sencillo. Mira, en  la tarjeta está la dirección y mi teléfono. Generalmente hago la típica entrevista aburrida de trabajo, pero me voy a fiar del buen rollo que me transmites”

Que maravilla cuando la vida se pone a favor de uno. Dicen que después de la tormenta llega la calma y todo parecía indicar que le tocaba “la calma” a Laura.

“¡Super majo tía! Y mira que yo no soy muy de calar a la gente de primeras, pero este chico tiene rollo…”
“Lau, de verdad, este chico era un soso y punto. Ni si quiera estaba bueno”
“Gorda, por favor, ¿podrías dejar de pensar por un segundo en guarrear con chicos y escuchar? ¡Que me ha ofrecido trabajo!”
“¿En serio? ¡¡Enhorabuena!! Fíjate que ya me parece hasta un poco más mono…”
“Espera, espera…”

En el descansillo de casa se pararon en seco. Laura estaba blanca.

“otra vez no… no me lo puedo creer…”
“¡Tía! ¿Dónde crees que vas? ¡¡Lau!! ¿Y si hay alguien?”
“Pues si hay alguien me va a oír… ya esta bien ¿no?”

Entró decidida aunque, para qué mentir, acojonada, en casa. En esta ocasión, sólo estaba la puerta abierta. Los muebles intactos. No parecía haber nadie… hasta que se cerró la puerta del baño”

“¿Quién está ahí?” (Cogió el rodillo de amasar de  la encimera) “sal que te vea cabrón”

Un señor de unos 50 años aproximadamente vestido con mono azul salió del baño… con las manos en alto.

“¿Señorita Laura?”
“¿Y usted quien es y qué hace en mi casa?”
“Lo siento muchísimo señorita. Soy el portero. Discúlpeme, no solemos entrar en las casa a no ser que sea una urgencia. No tengo su contacto. Y está inundando la casa del vecino de abajo, porque no ha cerrado bien el grifo…”
Laura miró a Ana que estaba asomada en la puerta de la entrada…
“UPS…”

“Lo siento mucho, disculpe por las molestias…”
“No hay problema, pero tendrá que hablar con el vecino para la reparación. Por cierto, le ha llegado un paquete esta mañana a la conserjería y tiene el buzón lleno señorita…”
“Vaya… si, lo siento, soy un desastre, espere que le acompaño y así me da el paquete”

De la que salía Ana se apartó de la puerta con cara de disculpa…
“Tía, lo siento, la resaca…”
“Shhh… ya hablamos luego…”

Llegando a la conserjería después de un incomodo silencio de 10 minutos…
“Pues fíjese que es raro, porque un paquete… no creo que mi padre me haya mandado nada… ¿Y lo trajo un mensajero?”
“No, no. Un chaval que dijo que te conocía. Mira, este es”
“¿un chaval? ¿No le dio ningún nombre, o un sobre, o algo…?”
“sólo esto…”

De camino a casa desenvolvió el paquete de color azul. Ni nota, ni sobre… nada.
Sólo una caja. Negra. Del tamaño de un folio. La abrió….

“No me lo puedo creer… ¿Qué broma macabra es esta?”
El collar que le habían robado de su madre.


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