“Anda que… a ti ya te vale ¿eh? ¿Dónde estabas?”
“Lo
siento gorda… Me ha pasado algo bastante raro, la verdad”
“¿me
lo puedes contar comiendo? Tengo el estómago que no para de hacer “gru-gru”
Llegaron a un japo que está cerca
de la plaza de Santa Ana.
Laura la puso al día de su extraña
mañana y se centró sobre todo en aquella anciana que se había ganado su
curiosidad y cariño en tan poco tiempo.
“Siempre
has sido demasiado sensible tía…”
“Que
no Ana, tenías que haberla visto… tiene algo, en serio”
“¿Arrugas?”
“De
verdad que no se te puede contar nada en serio, ¡todo te lo tomas a coña!”
“no
te enfades… es que siempre te pasan cosas de estas y siempre acabas metiéndote
en unos fregaos emocionales que “pa´que”
Estaban por el primer plato, cuando
dos chavales llegaron a su mesa de cuatro personas.
“¡Hola!
Disculpad chicas, ¿os importa que compartamos mesa? Es la única posibilidad que
nos dan, todo está lleno”
“¡Claro
chulazo! Sentaros a nuestra vera…”
Ana tenía una facilidad de tratar
al género masculino que no era ni medio normal. La verdad que en ese sentido
Laura era más tímida.
“Gracias…”
La verdad que el chaval no estaba
nada mal y a Ana le había faltado tiempo para darse cuenta. Alto, ojos verdes,
buena planta… no, no estaba nada mal. ¿Su amigo? Ni se fijaron en él. Del
montón. Saludó con un tímido “Que hay” y se sentó sin mediar palabra al lado de
Laura.
Ana hizo ese gesto habitual en ella
de abrir mucho los ojos y sacar morritos… Ese que siempre hace cuando algo o
alguien le gusta y no puede decirlo.
“Bueno,
pues lo que te decía, María tiene ángel…”
“Si,
claro que si… Oye moreno, y ¿Solís venir mucho por aquí?”
“La
verdad es que no, hemos acabado aquí de casualidad…”
“¡¡como
nosotras!! Mira que es sabio el destino…”
Ya está. Ya no existía nadie más en
la mesa. Se pusieron a hablar entre los dos, dejando de lado a Laura y el
chavalin tímido.
“Pues
se ha quedado buena tarde ¿eh?”
“Si…
¿siempre te hace lo mismo?”
“Siempre.
¿A ti?”
“Si.
Y la verdad que siempre acabamos igual. Me enfado con él, me pide perdón, me
asegura que no volverá a pasar y siempre pasa igual”
“Si,
jejeje, se bien lo que me dices. ¿No te pasa que cuando salís por la noche le
da igual cómo sea la chica, que se pone a tontear con ella?”
“¡Si!
Que yo pienso “mira que estoy desesperado, pero vamos, ni con un palo…”
“jejejejejeje”
Se generó de repente una
complicidad entre los dos brutal.
Tanto, que hasta Ana y su nuevo
ligue de ojos verdes dejaron de hablar entre ellos, intentando entender porqué
aquellos dos se reían tanto.
“Bueno qué tortolitos… ¿por qué
tanta risa?”
“Nada Ana, nada ¿has terminado?
tengo que seguir con la ruta…”
“Si, si. Vamos. Bueno Jose, lo
dicho, nos decimos algo esta semana. Guárdate el número bien ¿eh?”
“¿Espero que no te parezca
inoportuna la pregunta Laura, pero qué ruta estas haciendo?”
“Tranqui Juanma. Estoy buscando
curro. Necesito un trabajo a media jornada que me suponga un respiro para
llegar a fin de mes”
“¿Estas de coña? ¡¡Es la leche!!
Estoy buscando recepcionista en mi clínica de fisioterapia por las tardes.
Sería de 4 a 9”
“¿Qué? Jejeje, hay Juanma, qué
curioso el destino a veces… ¿y cuándo dices que empiezo?”
“¡Mañana mismo! Pásate como a las 3
y así te explico todo con calma, aunque es muy sencillo. Mira, en la tarjeta está la dirección y mi teléfono.
Generalmente hago la típica entrevista aburrida de trabajo, pero me voy a fiar
del buen rollo que me transmites”
Que maravilla cuando la vida se
pone a favor de uno. Dicen que después de la tormenta llega la calma y todo
parecía indicar que le tocaba “la calma” a Laura.
“¡Super majo tía! Y mira que yo no
soy muy de calar a la gente de primeras, pero este chico tiene rollo…”
“Lau, de verdad, este chico era un
soso y punto. Ni si quiera estaba bueno”
“Gorda, por favor, ¿podrías dejar
de pensar por un segundo en guarrear con chicos y escuchar? ¡Que me ha ofrecido
trabajo!”
“¿En serio? ¡¡Enhorabuena!! Fíjate
que ya me parece hasta un poco más mono…”
“Espera, espera…”
En el descansillo de casa se
pararon en seco. Laura estaba blanca.
“otra vez no… no me lo puedo
creer…”
“¡Tía! ¿Dónde crees que vas?
¡¡Lau!! ¿Y si hay alguien?”
“Pues si hay alguien me va a oír…
ya esta bien ¿no?”
Entró decidida aunque, para qué
mentir, acojonada, en casa. En esta ocasión, sólo estaba la puerta abierta. Los
muebles intactos. No parecía haber nadie… hasta que se cerró la puerta del
baño”
“¿Quién está ahí?” (Cogió el
rodillo de amasar de la encimera) “sal
que te vea cabrón”
Un señor de unos 50 años
aproximadamente vestido con mono azul salió del baño… con las manos en alto.
“¿Señorita Laura?”
“¿Y usted quien es y qué hace en mi
casa?”
“Lo siento muchísimo señorita. Soy
el portero. Discúlpeme, no solemos entrar en las casa a no ser que sea una
urgencia. No tengo su contacto. Y está inundando la casa del vecino de abajo,
porque no ha cerrado bien el grifo…”
Laura miró a Ana que estaba asomada
en la puerta de la entrada…
“UPS…”
“Lo siento mucho, disculpe por las
molestias…”
“No hay problema, pero tendrá que
hablar con el vecino para la reparación. Por cierto, le ha llegado un paquete
esta mañana a la conserjería y tiene el buzón lleno señorita…”
“Vaya… si, lo siento, soy un
desastre, espere que le acompaño y así me da el paquete”
De la que salía Ana se apartó de la
puerta con cara de disculpa…
“Tía, lo siento, la resaca…”
“Shhh… ya hablamos luego…”
Llegando a la conserjería después
de un incomodo silencio de 10 minutos…
“Pues fíjese que es raro, porque un
paquete… no creo que mi padre me haya mandado nada… ¿Y lo trajo un mensajero?”
“No, no. Un chaval que dijo que te
conocía. Mira, este es”
“¿un chaval? ¿No le dio ningún
nombre, o un sobre, o algo…?”
“sólo esto…”
De camino a casa desenvolvió el
paquete de color azul. Ni nota, ni sobre… nada.
Sólo una caja. Negra. Del tamaño de
un folio. La abrió….
“No me lo puedo creer… ¿Qué broma
macabra es esta?”
El collar que le habían robado de
su madre.
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